Stefanie, no hay dolor mas atroz que ser feliz,
decías anoche ouve-me, por favor, bésame aquí.
Stefanie, sé que tu corazón fala de mim
y eso es dolor, Stefanie.
Stefanie, yo ayer estaba solo y hoy también
pero en mi cama ha quedado el perfume de tu piel.
Te veo salir, correr por el pasillo del hotel,
la vida es cruel, Stefanie.
Stefanie, hay una sombra oscura tras de ti;
de tu ternura, recuerdo la mirada azul turquí,
los pies calientes, tus palabras de amor en portugués,
pero no a ti, Stefanie.
Stefanie, hazme saber si va a sobrevivir
entre la gente, el color de tu pelo, Stefanie.
Debes vivir la soledad que sales a vender
sé más mujer, Stefanie.
Stefanie, yo tampoco te quiero, mas tu amor
por el dinero ha olvidado al obrero y al señor;
esta canción que pregunta por ti, que no ha dormido,
es puro olvido, Stefanie.
Hoy que el tiempo ya pasó,
hoy que ya pasó la vida,
hoy que me río si pienso,
hoy que olvidé aquellos días,
no sé por qué me despierto
algunas noches vacías
oyendo una voz que canta
y que, tal vez, es la mía.
Quisiera morir – ahora – de amor,
para que supieras
cómo y cuánto te quería,
quisiera morir, quisiera… de amor,
para que supieras…
Algunas noches de paz,
-si es que las hay todavía-
pasando como sin mí
por esas calles vacías,
entre la sombra acechante
y un triste olor de glicinas,
escucho una voz que canta
y que, tal vez, es la mía.
Quisiera morir -ahora- de amor,
para que supieras
cómo y cuánto te quería;
quisiera morir, quisiera… de amor,
para que supieras…
Allá en mi pago hay un pueblo
que se llama No-me-olvides;
quien lo conozca que cuide
su recuerdo como gema,
porque hay olvidos que queman
y hay memorias que engrandecen,
cosas que no lo parecen,
como el témpano flotante,
por debajo son gigantes
sumergidos, que estremecen.
Mi pueblo es un mar sereno
bajo un cielo de tormenta:
laten en su vida lenta
los estrépidos del trueno.
Puedo engendrar en su seno
las montoneras de otrora
y cuando llegue la hora,
mañana, también podrá
sembrar a su voluntad
mil estrellas en la aurora.
No hay cosa más sin apuro
que un pueblo haciendo la historia.
No lo seduce la gloria
ni se imagina el futuro.
Marcha con paso seguro,
calculando cada paso
y lo que parece atraso
suele transformarse pronto
en cosas que para el tonto
son causa de su fracaso.
Mi pueblo no es argentino,
ni paraguayo, ni austral;
se llama “Pueblo Oriental”
por razón de su destino.
Pero recorre el camino
de sus hermanos amados,
el de tantos humillados,
el de América morena,
la sangre de cuyas venas
también late en su costado.
Mi pueblo no estuvo ausente
ni mucho menos de espaldas
a la trágica y amarga
historia del continente.
Fuimos un balcón al frente
de un inquilinato en ruinas
– el de América Latina
frustrada en malos amores -,
cultivando algunas flores
entre Brasil y Argentina.
Pero mucho no duraron
las flores en el balcón,
el rosquero y su ambición,
imprudente, las cortaron.
Y fueron las mismas manos
que arruinaron el vergel,
las que acabaron con él,
las que hoy muestran, codiciosas,
en vez de ramos de rosas
unas flores de papel.
No falta el bobalicón
nostálgico del jardín,
pero entre todos el ruin
es el que trajo al ladrón;
ese no tiene perdón:
si protegen sus ganancias,
la decencia y la ignorancia
del pueblo, son sus amores;
no encuentra causas mejores
para comprarse otra estancia.
Ese sí, no es oriental,
ni gringo, ni brasilero;
su pasión es el dinero
porque es multinacional.
Mentiroso universal
desde que vino Hernandarias,
piensa en sus cuentas bancarias
ponderando a los poetas
que hacen con torpes recetas
canciones estrafalarias.
Así pues, no habrá camino
que no recorramos juntos.
Tratamos el mismo asunto
orientales y argentinos,
ecuatorianos, fueguinos,
venezolanos, cuzqueños;
blancos, negros y trigueños
forjados en el trabajo,
nacimos de un mismo gajo
del árbol de nuestros sueños.
Y ahora reciban, señores,
un saludo fraternal;
dice mi Pueblo Oriental:
ya vendrán tiempos mejores.
Cifra de nuestros amores
poncho patria es el espanto
de mi pueblo y sus quebrantos
no les puedo conversar,
solo les quise entregar
su corazón con mi canto.
Milonga en dó,
canto menor,
cuántas canciones nacieron
con tu emoción;
dulce milonga
enamorada de todos,
como una planta
crece en la garganta;
nace tu flor sin color
en cualquier corazón
-perfume de otra canción-.
Toca mi amor
tu suave flor
crecida en la quinta cuerda
milonga en dó,
ronco silencio
en el bordón que no llora;
¿quién de nosotros
no sabe del otro?;
milonga para cantar
y saber esperar,
nacida en cualquier lugar.
Canción de ayer,
voz de mujer,
hoy, como entonces,
sirena llamándome,
camino abierto desde siempre
y no acaba,
lleno de voces
como una guitarra:
mi pueblo es una canción
transida de dolor
templando un tono mayor.
Mi pueblo es una canción
transida de dolor
templando un tono mayor.